Tras la estela del Barón Rojo

Una ocasión que no pude dejar pasar se me presento en forma de biplano de la primera guerra mundial. Era propiedad del sargento Tarrega, sargento jubilado y amante de la aviación, que a partir de los planos originales, y con sus propias manos, había construido hacía treinta y cinco años una réplica perfecta de la Nieuport 11 de 1917, con una ametralladora simulada MG no sincronizada con el giro de la hélice situada en el morro, que obligaba al piloto a ponerse de pie para disparar con una mano mientras con la otra manejaba el timón. Era la réplica de uno de los aviones de la escuadrilla Lafallete, la que se batiera en un sinfín de batallas con la del temible barón Rojo.
No olvidaré nunca el día que fui a ver el avión Antequera, donde lo tenía en un hangar. Debajo de una lona estaba lo que yo, en aquel momento, consideraba la joya más valiosa que pudiera haber. Aunque no estaba en condiciones de vuelo adquirí el biplano y lo restaure con esmero, intentando ser lo más fiel posible a la historia, y le incorporé los actuales avances tecnológicos sin los cuales no se entiende hoy la aeronáutica y no habría obtenido el certificado de aeronavegabilidad de la Aviación Civil. Volar el biplano quizás sea la prueba más difícil que he tenido que superar como piloto. En sólo tres vuelos pude imaginar como aquellos primeros pilotos tuvieron que suplir la falta de tecnología con pericia y valor. La poca potencia del motor hacía que el biplano cabeceara en los giros, y en un aterrizaje el cabeceo provoco la rotura del perfil bajo y de la hélice.
Aunque lo restaure de nuevo no lo volví a pilotar pero me enorgullece saber que contribuí a salvar una reliquia que hoy se puede contemplarse en la estación de servicio del kilómetro 20 de la carretera de Valencia.