Como nace la afición a volar

Contaba algo más de cinco años de edad cuando mi padre me llevo por vez primera a Tablada, al segundo aeródromo más importante de España. Él había hecho el servicio militar en el protectorado español de Tetuán, como asistente de un comandante de aviación, y siempre me había contado historias de moros y soldados, de aviones y audaces pilotos, del cielo y de la tierra. Allí, en la pista de Tablada, pasaba las horas muertas viendo los aviones de radio control, preguntando a los aficionados sobre motores, sobre fuselaje y sobre madera de balsa. Con mi primer avión, con mi primera emisora, con mi primer motor, me sentí el más grande ingeniero aeronáutico del mundo. Así, con el sonido de una bancada llena de pequeños motores rugiendo, transcurrió mi infancia. El aeromodelismo, como lo llamábamos entonces, se convirtió en la puerta del cielo para un niño que soñaba con tener alas.

Real Aeroclub de Sevilla

A los catorce años empecé los cursos para obtener el título de piloto privado en el Real Aeroclub de Sevilla, con sede, por aquel entonces, en el aeródromo de Tablada. Con treinta horas de vuelo en una avioneta y una muy buena formación teórica mi instructor, Paco Cortes, me dio la suelta. En el año 1979 obtuve el título de piloto privado con doscientas horas de vuelo y tras superar el examen que me hizo el director del aeroclub y titular de AENA, teniente coronel Abrahan Salazar.

Aeródromo de Tablada

Coincidiendo con el último año de mi formación en el aeroclub, hice el servicio militar como voluntario de aviación en la Base Militar de Tablada, en la misma pista en que tantas veces había controlado un avión de vuelo circular, tantas veces había dirigido un avión de radio control y tantas veces había despegado y aterrizado con una avioneta. Mi condición de cabo furriel, unido a mi pasión por los aviones, me permitió tener un buen trato con los pilotos militares, iconos del aire que revoloteaban en mi cabeza como abejorros enlazando interminables acrobacias. En el año 1981 ingresa en la Escuela Nacional de aeronáutica de Salamanca para obtener el título de piloto comercial.

Piloto de globo

Tener como instructor de globo al cinco veces campeón del mundo Javier Tarno, en los cursos para obtener el título de aeroestación, es un raro privilegio de los que, algunas ocasiones, la vida te ofrece. El vuelo en globo es algo más que volar sobre paisajes estáticos, es una forma deslizarnos suavemente sobre un mundo vivo, que podemos observar desde lo alto de nuestra atalaya. La experiencia de Javier, las muchas horas de vuelo, las vivencias en numerosos retos deportivos y el conocimiento que tiene de los pormenores de la aeroestación, le confieren un dominio de la aeronave que se palpa en las lecciones que sólo el número uno puede impartir. En 1988 obtuve el título de piloto de globo número 75 de España y número 1 de Andalucía.

Dirigible Ciudad de Sevilla

Volar en dirigible era una obsesión que se instaló en el pensamiento desde que un vi un reportaje del que visitó Sevilla en la exposición universal de 1929. Tripulado por Hugo Eckener, el que fuera el prodigio del barón von Zeppelín, volando magestuósamente junto a la Giralda. Fui a Camerón Balloon de Bristol donde conocí al constructor y aeronauta. La calificación de dirigible no era sencillo de conseguir, por el hecho que no había ningún piloto de dirigible en España.
Como instructor de esta peculiar aeronave conté con la maestría de Guy Moyano, campeón del mundo de dirigibles y piloto de pruebas de Camerón Balloon. Para homologar la acreditación tuvimos que recurrir a la legislación de Luxemburgo, conde si existe esta titulación.
Publiaire empresa de publicidad con el dirigible Ciudad de Sevilla que ofrecía gran superficie al viento en huelva con publicidad de las colombinas me llevo un kilómetro mar adentro. No podía salir.

Tras la estela del Barón Rojo

Una ocasión que no pude dejar pasar se me presento en forma de biplano de la primera guerra mundial. Era propiedad del sargento Tarrega, sargento jubilado y amante de la aviación, que a partir de los planos originales, y con sus propias manos, había construido hacía treinta y cinco años una réplica perfecta de la Nieuport 11 de 1917, con una ametralladora simulada MG no sincronizada con el giro de la hélice situada en el morro, que obligaba al piloto a ponerse de pie para disparar con una mano mientras con la otra manejaba el timón. Era la réplica de uno de los aviones de la escuadrilla Lafallete, la que se batiera en un sinfín de batallas con la del temible barón Rojo.
No olvidaré nunca el día que fui a ver el avión Antequera, donde lo tenía en un hangar. Debajo de una lona estaba lo que yo, en aquel momento, consideraba la joya más valiosa que pudiera haber. Aunque no estaba en condiciones de vuelo adquirí el biplano y lo restaure con esmero, intentando ser lo más fiel posible a la historia, y le incorporé los actuales avances tecnológicos sin los cuales no se entiende hoy la aeronáutica y no habría obtenido el certificado de aeronavegabilidad de la Aviación Civil. Volar el biplano quizás sea la prueba más difícil que he tenido que superar como piloto. En sólo tres vuelos pude imaginar como aquellos primeros pilotos tuvieron que suplir la falta de tecnología con pericia y valor. La poca potencia del motor hacía que el biplano cabeceara en los giros, y en un aterrizaje el cabeceo provoco la rotura del perfil bajo y de la hélice.
Aunque lo restaure de nuevo no lo volví a pilotar pero me enorgullece saber que contribuí a salvar una reliquia que hoy se puede contemplarse en la estación de servicio del kilómetro 20 de la carretera de Valencia.

Colgado del cielo

Al paramotor llegue casi por casualidad. Había hecho un curso de parapente pero no me convencía la absoluta dependencia que se tiene del viento. Muchas jornadas recorriendo muchos kilómetros para no poder volar y volver con el cansancio y la frustración de saber que una semana más iba a estar sin volar. En el paramotor descubrí una forma cómoda y eficaz de levantar los pies del suelo, de colgarme en el inmenso azul con la vida desplegada debajo de mí como los naipes sobre el tapete.
El parafun me brindó la oportunidad de tener las mejores compañeras de vuelo, las aves. Volar junto a un ánsar es otra forma de volar. Es sentir que, por encima de especies, en el aire podemos ser compañeros. El cortometraje documental El vuelo del ánsar supuso un salto cualitativo en el placer que me proporcionaba mi afición por el vuelo, ahora lo podía compartir con los demás. Una deliciosa historia de Leandro Castro, con la sugerente voz de Juan Carlos Rivero y la grandiosa música de Iván Martínez Pernía.

Volar con aves

El parafun me brindó la oportunidad
de tener las mejores compañeras de vuelo, las aves. Volar junto a un ánsar es otra forma de volar. Es sentir que, por encima de especies, en el aire podemos ser compañeros. El cortometraje documental El vuelo del ánsar supuso un salto cualitativo en el placer que me proporcionaba mi afición por el vuelo, ahora lo podía compartir con los demás. Una deliciosa historia de Leandro Castro, con la sugerente voz de Juan Carlos Rivero y la grandiosa música de Iván Martínez Pernía.